El derecho a una ciudad lúdica

Lo que pueden enseñarnos los deportes alternativos, como el skate, sobre la vida urbana

El skate siempre ha sido netamente urbano: las calles asfaltadas, las aceras, los bordillos de granito y los skateparks son su entorno natural. Nace de las posibilidades del urbanismo moderno del hormigón. Pero ello no significa que los skaters acepten sin más esos espacios como límites definitorios; a diferencia de las líneas de los campos de deportes, como las redes de las canchas de tenis o los límites de los campos de golf, los skaters consideran su territorio como algo en constante proceso de adaptación y modificación.

Cuando en la década de los noventa surgió el skate como actividad propiamente callejera (antes, se restringía básicamente a las zonas residenciales de la periferia o a los skateparks prefabricados), era una práctica radicalmente contracultural. Los skaters se veían a sí mismos como una subcultura independiente que transformaba anodinos bancos, bordillos, escalones o barandillas en su terreno de juego; planteando implícitamente, al hacerlo, una profunda crítica de las ciudades concebidas únicamente para el trabajo, el consumo y el transporte, en vez de como lugares acogedores donde el placer cultural y físico fueran igual de importantes.

A medida que, en las décadas de los 2000 y los 2010, el skate se fue integrando debido a una pluralidad de factores, como una mayor variedad de sus practicantes, la comercialización, el branding y su reconocimiento oficial como deporte olímpico, esta crítica pasó a un primer plano. De hecho, actualmente el skate se han convertido en parte integral de numerosas ciudades avanzadas.

De la apropiación al diseño deliberado

En ciertos casos esa integración es el resultado de la apropiación: “espacios encontrados” no destinados a la práctica del skate pero utilizados para este fin. Cada ciudad tiene su propia versión: el Kulturforum de Berlín, el Museu d'Art Comtemporani (MACBA) de Barcelona o la plaza Deng Xiaoping de Shenzhen, por citar solo algunos ejemplos. En Londres, el logro fue más dramático, cuando en 2014 una exitosa campaña liderada por los skaters consiguió salvar de su demolición el famoso Undercroft, un skatepark del South Bank, y obtener una subvención de 700,000 libras esterlinas para su ampliación y mejora.

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El famoso skatepark Undercroft en el South Bank se considera como el centro espiritual del skate británico. Su ampliación contará con nuevas y mejoradas zonas para skaters y BMX-riders y un centro de educación creativa para los jóvenes de la zona. Foto © Iain Borden

 

Las ciudades también pueden ser más proactivas a la hora de integrar a los skaters. Desde luego, los skateparks son la solución más evidente; una solución que va desde los pequeños recintos creados en miles de poblaciones, pasando por skateparks regionales, como el Crystal Palace de Londres, hasta gigantescos y multimillonarios proyectos de regeneración, como el F51 de varias plantas de Folkestone, el David Armstrong Extreme Park de Louisville, en Kentucky, el Black Pearl de las islas Caimán o el SMP de Shanghái, en China.

Más sutiles y quizás más relevantes son los proyectos urbanos que incorporan el skate como parte integral del espacio público, como es el caso del multifuncional Paine’s Park de Filadelfia o el de la Landhausplatz de Innsbruck (LHP), con sus ondulantes superficies, creado por LAAC Architekten + Stiefel Kramer Architecture para dar cabida a peatones, skaters y BMX-riders por igual. En el Riverside Museum of Transport de Glasgow, proyectado por Zaha Hadid, la explanada exterior está deliberadamente adaptada para los skaters y los BMX-riders como una forma de democratizar el espacio público y atraer a los jóvenes al museo.

También estamos empezando a ver cómo el skate y otras actividades urbanas, como el BMX, el parkour e incluso el graffiti, se tienen en cuenta a la hora de desarrollar políticas urbanas. La ciudad sueca de Malmö marca la pauta con sus construcciones hechas por los propios skaters, sus lugares aptos para el skate, las esculturas skateables, su escuela secundaria de Bryggeriet hecha por y para skaters y la asociación con financiación municipal Skate Malmö, que coordina actividades locales, organiza eventos e incluso tiene un director a tiempo completo.

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Captura de vídeo de Bryggeriet #1, un corto documental en tres partes de Philip Evans sobre la escuela de skate Bryggeriet de Malmö, en Suecia, que cuenta con un gran skatepark en medio del campus.

Otras ciudades están siguiendo su ejemplo. Hull, en el Reino Unido, se ha declarado un centro de skate y acoge un festival anual e incorpora zonas aptas para su práctica en los proyectos de edificación pública, mientras Melbourne llevó a cabo una gran consulta popular sobre “una cultura del skate sana e inclusiva para todos”. Otra manifestación bastante diferente de compromiso cultural, es el reconocimiento de un estatus patrimonial para algunos skateparks de la década de 1970, como el Albany Skate Track en Australia Occidental, el Bro Bowl, escaneado con láser y reconstruido en Tampa Bay, o el Rom, monumento clasificado de grado II, de Hornchurch, en Essex.

Una perspectiva diferente

Desde luego, todo esto es bueno para los skaters. Pero también nos remite a aquellas críticas más amplias planteadas por los pioneros del skate urbano de la década de 1990. ¿Quién tiene derecho a la ciudad y cómo queremos que sean nuestras ciudades? Si consideramos los deportes tradicionales como una manifestación del capitalismo democrático, en el que ganancias desiguales como dinero, poder, propiedad o estatus se obtienen mediante una competencia bastante regulada, entonces, ¿qué podemos inferir de deportes alternativos como skate, en los que las reglas son escasas, la búsqueda de la victoria, infrecuente y las recompensas están más relacionadas con el respeto y el prestigio que con la riqueza económica? Aparte de skateparks estupendos, diseños urbanos lúdicos y políticas públicas, estos deportes también pueden inspirarnos nuevas maneras de vivir. El skate aporta a sus practicantes una perspectiva diferente de la vida, en la que la participación, la expresión, la satisfacción y el espíritu comunitario son mucho más valorados que el marcador, la fama, la riqueza o el poder. Se trata de aspectos cultural y socialmente positivos e importantes que algunas ciudades están dispuestas a adoptar.

Imagen principal: Un skater en la Landhausplatz de Innsbruck, llamada oficialmente Eduard Wallnöfer Platz y diseñada por LAAC Architekten + Stiefel Kramer Architecture. Foto © Land Tirol/Soll + Haben